Depresión, ansiedad, estrés: medicamentos ¿son la solución?

Me gustaría hacer más que un artículo cientifíco o técnico, una reflexión. Soy natural de Uruguay, cuando estudiaba había un prejuicio respecto al uso de los psicofármacos, en el sentido de que la mayoría de los estudiantes lo veíamos como algo negativo, creíamos sobretodo en el valor de la palabra. Este prejuicio, se entendía, en parte, porque el psicólogo no medica, pero fundamentalmente, a que por formación, creíamos en la relación terapéutica como respuesta. A medida que uno va avanzando en la adquisición de conocimientos, advierte que muchas veces, la medicación, es necesaria y otras hasta imprescindible. Cuando llegué a España no tardé en percatar que el uso de psicofármacos, estaba muy extendido, ansiolíticos, antidepresivos, sonmíferos eran prescritos casi como analgésicos. Por lo general, era el profesional de medicina familiar quien lo prescribía, no el psiquiatra, y luego lo iba repitiendo sin siquiera visitar, muchas veces,al paciente. Más tarde, pude comprobar que España es el segundo país en el mundo en el consumo de medicamentos y líder en Europa en el consumo de antidepresivos. Confirmando mi prejuicio inicial respecto al abuso de la medicación en desmedro de una atención en salud mental integral y eficiente.

Considero que el modelo económico y social por el cual opta una sociedad determina la atención sanitaria y, en consecuencia, la política en salud mental. Personalmente, esperaba otra consideración de la salud mental en una sociedad desarrollada y del primer mundo, pero la terapia psicológica en términos económicos es cara, necesita de personal especializado y de tiempo, un tiempo que muchas veces no se puede acotar, se necesita que el paciente consuma mientras que la medicación se percibe como más económica, sobretodo por la inmediatez de sus resultados.

En general, la persona acude al médico con un malestar, el médico de familia entiende que se trata de síntomas de depresión o de ansiedad y le receta un medicamento que,frecuentemente, le permite al sujeto seguir siendo productivo, le permite “ir tirando”. ¿Se siente mejor?, ¿ya no siente el malestar inicial? Muchas veces no hay ni un seguimiento. El paciente lo tomará de por vida, como si se tratara de una enfermedad crónica e incurable. O, en el mejor de los casos, cuando el paciente entienda que ya se encuentra bien, o no, pero tampoco con la medicación: la dejara por iniciativa propia y mayormente sin supervisión e ignorando incluso el síndrome de abstinencia que probablemente se genere.

Entonces sí, los casos más importantes quedarán enganchados  a los medicamentos de por vida subiendo y bajando la dosis, como si de una montaña rusa se tratara, “probando” con drogas nuevas, o resignados en casa a esa “infelicidad”, invadidos por la culpa generada por un sistema que les induce a pensar que les falta voluntad para cambiar su situación y, por tanto, se merecen lo que les sucede. Otros casos terminaran en una tragedia, que bien se podría haber pronosticado y ante la que nadie actuó para evitar, oque nadie sospecho y coge por sorpresa al entorno.

Por último, habrá unos pocos privilegiados que acierten con una psicoterapia que puedan permitirse y logren salir de esa espiral perversa y recuperar su vida.

Además de esta medicalización de nuestra salud mental, que a la única que beneficia es a la industria farmacéutica, se da también una banalización del término “depresión”, que no beneficia a la promoción del conocimiento de la enfermedad. Porque justamente cuando todo el mundo tiene el término en la boca, cuando todos parecen saber lo que significa, más incidencia tiene la enfermedad y más desconocimiento de la magnitud de padecerla se genera. Resulta que del abuso del uso, valga la redundancia, del término <<depresión>>, este se ha agotado, se ha vaciado de significado y contenido, ya no es lo que era, ya no agrupa los conceptos a los que dió nombre y personas que pueden tener la enfermedad ni siquiera lo saben.

La esperanza, sólo puede estar en la concienciación de los afectados, quienes la padezcan y sus familiares y quienes puedan sufrirla en el futuro. Resignificarla, darle la relevancia que de verdad tiene, antes de que sea una pandemia normalizada delas sociedades modernas. Tendremos, entonces, que buscar alternativas de tratamiento, fuera del sistema sanitario, a través de asociaciones de afectados.  Y en eso estamos…

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