Depresión, ansiedad, estrés: un día más, un día diferente

Los rayos de sol entran por los huecos de la persiana, se despierta el nuevo día.

El de ayer fue monótono, sin ganas, sin ilusiones. La noche ha estado marcada por las grietas del sueño.

Preparo el desayuno, el sofá me llama un día más, las paredes de la casa parecen achatadas, el olor a tabaco predomina en el aire, hogar dulce hogar. El día va acentuando su luz, su calor. Los pequeños deseos de disfrutar del mediodía aparecen y desaparecen a partes iguales sin dejar fluir el impulso final de lanzarse a la calle. ¿Para qué? Realmente podría sentirme mejor saliendo de mi castillo, abaratando mi rutina de sofá, televisión y tabaco.

De repente, un grito infantil desde la calle me traslada a mi infancia, una infancia feliz, de juegos, de risas. Un grito que hace detonar ese impulso final para lanzarme tras él.

Recorro tus calles saboreando la humedad que proviene del mar, embriagándome con el olor a azahar de los naranjos, sintiendo el clamor de las risas en mis oídos. Llego hasta la blanca arena que rodea tus calles, cuánto tiempo sin sentirla bajo los pies. Vuelvo a tener esos recuerdos, mis recuerdos felices, mis recuerdos de niño. ¿Cuándo se convirtieron en los recuerdos derrotistas de ahora?

Camino por la arena mientras el mar va y viene tras mis pies. Me paro, respiro y me siento para observarlo. Echando una mirada al pasado, intento comprender el presente y el futuro, si puede haber un futuro.

Quizás el momento en que todo cambió fue cuando te fuiste, cuando un día, al despertar, no estabas. Sólo estaba aquella nota, aquella escueta nota que decía sólo «Adiós». Las ilusiones, las risas, los proyectos, todo se quedó en esa nota, en esa escueta y mortífera nota. Todo cambió para mí, todo se derrumbó a mi alrededor y en mi interior. Ése fue el comienzo del presente, de este presente que me persigue, que no me deja avanzar. Presente que necesita una explicación, un porqué de aquel amanecer en soledad, que aún permanece cada mañana.

Desde aquí, sentado, observo la felicidad de los demás, las ganas de vivir, ganas y fuerzas que desaparecieron de mí hace tiempo.

Echado hacia atrás con los ojos cerrados, me dejo llevar, me dejo hacer. El sol se nota sobre mi rostro, la arena se entrelaza en mi pelo, ya llega el mar. Un mar que roza mis pies poco a poco. De repente, noto humedad en mis mejillas, una humedad intermitente y cálida a la vez. Abro los ojos y estás ahí, acariciándome con tu rosada lengua. Solo y alegre, pequeño peludo. Peludo con ganas de vivir, de compartir, de sentirte acompañado y de acompañar.

Inicio el regreso a casa y me sigues, no me dejas, no te alejas. Creo que, desde mañana, el día será diferente.

José Manuel Marín

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