Lo tenemos todo, hasta canas. Tú casi jubilado, tres meses. Yo, un año, sin hijos, la casa pagada, buen coche, sin hijos. Con la ilusion de viajar, vivir, disfrutar. Pero un día, fiebre, la gripe. Pero, cuando llega el médico, dice: «Al hospital, no es gripe».
Es un cáncer en fase terminal.
Semanas, días. ¡¡Que no sufra, por Dios!!
Todo se precipita, en dos semanas te vas.
Estabas muy sedado, a ratos inconsciente.
Yo, pensando que no me escuchas, arremeto contra ti y contra mí. ¿Por qué no me dijiste nada? Hacía 6 meses que lo sabías.
Me has engañado.
Podíamos haber hecho más.
Alguien me dice: «Sí que escucha». Despídete de él, no te quedes con la culpa. No le dejes marchar con tu dolor.
Pero yo seguía culpándote y culpándome.
Y si yo hubiera estado más atenta…
Y si le hubiera dado más importancia a tus jaquecas…
Y si…, y si…, y si…, y si…
Vivo instalada en la culpa.
Sigo con «Y si…», han pasado dos años.
La psicóloga dice que debo perdonarme y perdonarlo.
Con el «Y si…», no te voy a sacar de la tumba.
Pero mi culpa es tan grande.
¿Cómo me perdono a mí misma que mi amor se fuera por yo no estar atenta?
Sé que es falso, te fuiste por esa horrible enfermedad, CÁNCER.
Lo sabías, te callaste para protegerme. Tan grande era tu amor por mí. No querías que sufriera.
Pero, ¡cuánto bien nos hubiera hecho a los dos! Ahora no me sentiría tan culpable, tan atrapada.
Tengo que empezar a perdonarme y perdonarte.
Quizás ésa sea la forma de demostrar lo que nos amábamos.
Cecilia Moreno