Depresión, ansiedad, estrés: cómo lo sufren los hombres

De pronto sientes que ya no eres “el macho alfa” de la casa. Que pierdes autoridad porque tus hijos se han hecho mayores. Que tu mujer se siente más desapegada de ti y que parece que tiene una vida paralela muy independiente, en la que ya no eres “tan importante”.

Notas que tu cuerpo no es el mismo. Te cuesta mucho mantener esa “barriga”, que cada vez es más difícil mantenerla delgada y casi imposible que supere la fuerza de la gravedad.

Te empiezan a salir “achaques”, notas que tienes menos fuerzas, te empiezan a hablar de las revisiones forzosas para evitar enfermedades de la edad, como son las revisiones para evitar el cáncer de próstata.

Empiezas a sentirte desanimado, cada vez hablas menos con los demás. Comienzas a entrar en una burbuja que te creas para aislarte de los problemas. Intentas no verlos, ocultarlos, pasar de ellos, te sientes incapaz de resolver problemas tan grandes y la vida te empieza a desinteresar en todos sus términos.

Cada vez crees que eres menos importante, te sientes más débil, más pequeño. Pero no lo puedes decir, claro, ¿cómo vas a manifestar todo esto ante los demás?….¡Pueden creer que eres menos hombre, menos fuerte, menos cabeza de familia! (como si las cabezas de familia no fueran dos o incluso cuatro en caso de divorcios en los que cada uno ha restablecido su vida).

Además, puede ocurrirte que las cosas que antes te parecían fáciles y fantásticas ahora resulten un problema. Puede pasarte que te cueste concentrarte, que tengas problemas de percepción, olvidos tontos de los que tu familia se ríen sin mala intención, pero a los que les añaden la palabra “viejito” o cada vez estás peor. Incluso tienes que usar gafas porque la presbicia comienza a hacerse un lugar en tu vida.

En definitiva, estás ante un problema serio. Te sientes pequeño, insignificante, con una familia que no te entiende, pero a la que no te atreves a contarle nada. Tu estrés aumenta, tus problemas de percepción, de  memoria, de  tu estado de ánimo y demás síntomas diversos  pueden hacer que en definitiva, lo sepas o no, hayas entrado en depresión.

Tu familia por su parte no sabe qué hacer. Te preguntan (si se atreven), comentan entre ellos pero la respuesta es la misma: “no me pasa nada”. Intentas ocultar lo que te ocurre pero tu carácter se va agriando, te vuelves reservado y hasta violento en muchos casos.

 Si te hablan de psicólogo dices que esos son unos engañabobos. Que no te van a curar nada porque tú no estás enfermo. Y si te dicen que un psiquiatra respondes que “no estás loco”.

Como mucho aceptas que un médico de cabecera te recete pastillas para dormir (algo que o no haces o que quisieras hacer las 24 horas del día) y puede que también te recete algún ansiolítico. ¿Y porqué aceptas que el médico te recete y no un psiquiatra? Pues simplemente porque toda la vida te han enseñado en las películas americanas y en toda la información que recibes que un psiquiatra atiende a locos en un diván y de los psicólogos sólo se habla para casos de accidentes de tren o avión.

Por su parte, cada médico de cabecera tiene unos minutos determinados para atender a cada paciente. Además sus conocimientos sobre psicología o psiquiatría no son tan extensos como los que han estudiado durante todos los años de carrera los especialistas, pero da igual, tú prefieres el médico de cabecera porque esos médicos “no tratan a locos”.

 Eso sí. La propia depresión no te deja ver que tienes una enfermedad tan normal (300 millones de personas en el mundo), que necesitas ayuda especializada. Como ocultas todo lo que sientes y te pasa por tu estado de ánimo,  te vas alejando cada vez más de tu entorno, de tus amigos, de tus gustos, de tus preferencias y te vas encerrando cada vez más sin “detectar” que tal vez tienes un problema, pero además no sabes que ese problema seguramente “tiene una solución”.

En definitiva, esto no es más que lo que le ocurre a muchas personas con una depresión, que ni saben que la tienen ni saben porqué tienen que acudir a un especialista de la cabeza.

En muchas ocasiones, cuando un periodista me pregunta ¿qué debe hacer una persona que nota que no está bien de ánimos, que se siente angustiado, estresado, con síntomas de desánimo o depresión?

Siempre contesto lo mismo: “¿Qué hacemos todos cuando tenemos un golpe en la carrocería del coche? ¿Y cuando pierde agua nuestra bañera y cae al vecino de abajo?.

Pues eso mismo recomiendo siempre. Que no nos queramos menos que a nuestro coche o al techo de nuestro vecino. Que los especialistas están para lo que están. Y que los listos no son los que se creen que pueden curarse solos, sino los que se quieren un poquito y se cuidan acudiendo a los especialistas que saben “un poquito” más que nosotros.

Seamos consecuentes y modernos: Un psicólogo y un psiquiatra son como los dentistas hace setenta años. Están estigmatizados y nos da vergüenza acudir a ellos, igual que nuestros abuelos, que en vez de ir al dentista se quitaban las muelas que dolían con una cuerda y un portazo.

José Ramón Pagés Lluyot

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